martes, 29 de abril de 2014

The Addiction








Título original: The Addiction
Año: 1995
Duración: 82min
País: Estados Unidos
Director: Abel Ferrara
Guión: Nicholas St. John
Música: Joe Delia
Reparto: Lili Taylor, Christopher Walken, Annabella Sciorra, Edie Falco, Paul Calderon, Fredro Starr, Robert Castle
Premios: 1995 Festival de Berlín: Sección oficial de largometrajes







La estudiante de filosofía Kathleen Conklin (Lily Taylor) es mordida por una mujer vampiro (Annabella Sciorra), lo que provoca cambios decisivos en su persona, convirtiéndose en una yonkie ávida de sangre para calmar la insaciable sed que la atenaza. Incapaz de rebelarse ante su nueva condición vital que la domina por completo, la desconcertada joven buscará comprender el auténtico alcance del fenómeno, al mismo tiempo que intervendrá en brutales masacres vampíricas de inadvertidos amigos y conocidos...


La década de los noventa del pasado siglo fue bastante fructífera en el subgénero cinematográfico dedicado al vampirismo, con filmes tan exitosos como Drácula, de Bram Stoker, Entrevista con el vampiro o la primera entrega de la trilogía de Blade. Como preámbulo a la crítica deThe Addiction hay que decir que los vampiros de esta película de Abel Ferrara beben directamente de las fuentes literarias del chupasangres postmoderno: el referente más cercano de los personajes del filme que nos ocupa está en El ansia (de Whitley Strieber) llevada a la gran pantalla por Tony Scott. Pero es lícito decir que no hablamos de los vampiritos drama queen de Anne Rice y sus colmillos de mazapán con sus “ay, ay, como sufro por ser inmortal, bello y superguay”. La protagonista de la película que comentamos, una estudiante de filosofía llamada Kathleen Conklin, es vampirizada por unos seres tan crueles que pueden ser considerados como una prolongación retorcida y sobrenatural de la maldad humana, capaces de mimetizarse perfectamente con los humanos en una urbe oscura, agobiante, pesadillesca y devorada por la decadencia, llena de suciedad y ambientes malsanos. Y es precisamente esa caída a los infiernos para Conklin, esa vampirización que poco a poco la devora es el punto sin retorno que marca su propia degradación moral y la necesidad imperiosa de alimentarse de sangre, de ahí “la adicción” que da título a la película.

En The Addiction, los vampiros recitan de memoria a Kierkegaard y Sartre pero no son gente cool ni  Homo Sapiens. A través de la sucesión de imágenes de grandes tragedias del siglo XX como los campos de concentración del Holocausto judío o las víctimas de la Guerra de Vietnam (mostradas en las clases de Filosofía donde estudia Conklin), el hombre y el vampiro son identificados subrepticiamente como las dos caras de la misma moneda: un virus mortífero para la vida como se presenta como una fuente infinita de ruina moral, perdición, dolor y vacío a costa de otros seres,incapaz de frenar su ansia de sangre y voluntad de poder.
pretenden ser estrellas de rock, como nuestro amigo Lestat, aquí vagan por la ciudad en busca de nuevas víctimas y de paso, aumentar la legión de chupasangres. Sin embargo, el punto de vista del director es claro al presentarlos como unos simples alumnos aventajados del

La narración de este filme de culto es totalmente de manual: tenemos un inicio en el que la protagonista es contagiada por el mal del vampirismo por una Annabella Sciorra en estado de gracia como ser de las tinieblas, elegante y cruel, un desarrollo en el que Conklin empieza a conocer el alcance del “mal” que sufre (la sed de sangre y demás, la debilidad ante el sol...) y contacta con Peina (Christopher Walken), el cabecilla de los chupasangres que es reacio a matar a otros seres vivos pero cuestiona continuamente la moralidad de los propios actos de los humanos. Peina ha elegido controlar su sed de hemoglobina por medio de la meditación y otros métodos, pero en ningún momento se le puede catalogar como un vampiro “rehabilitado” de su ansia de sangre. Para demostrar esto, el ser ataca a Kathleen con el objeto de alimentarse de ella, sin importarle que se trate de un congénere vampírico. Además, como decimos, estos vampiros se pueden mover a la luz del día con la única protección de unas gafas de sol y no tienen intolerancia a la visión de los crucifijos, con lo cual hay una interpretación más moderna del mito y nos alejamos del elemento gótico aunque no de los ambientes siniestros y amenazadores.

The Addiction es un texto encomiable porque funciona como una película de terror existencial, comparando al vampiro con un verdadero yonki que difícilmente puede refrenar su ansia y donde tanto seres humanos como chupasangres somos presentados como seres malignos, no porque cometemos maldades sino que cometemos maldades porque somos malignos. La gran carga filosófica que impregna todo el filme no es un obstáculo para disfrutar de él, ya que se aleja de las mandangas goticunas de Anne Rice y sus frívolos dandies de ultratumbacon chorreras y pose atormentada. Sin duda, un gran avance para el vampiro cinematográfico, más cercano a El ansia o la más recienteByzantium de Neil Jordan.

Las escenas de ataque de los vampiros (clásicas en el subgénero) son representadas con toda su crudeza, nada que ver con la mojigatería deCrepúsculo y el señor “Cara-culen” Pattison, que en todas las fotos parece que se muerde los carrillos al hablar, como Mario Vaquerizo. En la película que nos ocupa no hay medias tintas, los vampiros son auténticos depredadores que filosofan entre muerte y muerte, como si buscasen alguna solución moral, una redención por la pérdida de su humanidad. No hay grandes baños de sangre, todo sea dicho, salvo al final de la película: pero en ese último acto de la función, en ese clímax y ese desenlace en el que Kathleen se gradúa y ha sucumbido totalmente a su naturaleza maligna, podemos encontrarnos una de las mejores cacerías vampíricas de la historia del celuloide (mordiscos asesinos, furia desatada, sangre a raudales y unos chupasangres enloquecidos por el “mono” de sangre entre los que destaca nuestra protagonista).

The Addiction se mueve con soltura en las procelosas aguas, en las arenas movedizas de la psique humana y
la crueldad que anida en el subconsciente colectivo. Rodada en blanco y negro, sin demasiado presupuesto en apariencia, tiene un tono claustrofóbico y pesimista potenciado por una narrativa visual artesanal pero con mucha potencia. Es como una vuelta a los orígenes de lo que representa el vampiro: la otredad, el monstruo que en el fondo subyace en nosotros mismos. Tampoco tiene un final feliz, sino que es un final un tanto ambiguo en el que Kathleen parece que se deja morir, pues vemos su lápida en los planos finales, pero luego la vemos andando por las cercanías.


Aunque soy muy fan del estilo de terror gótico popularizado en el cine con la productora Hammer Films, con muertos y mundos de ultratumba, esta es una de las mejores peliculas de vampiros modernos con la que os podeis encontrar en la actualidad. Si no la habeis visto y os gusta el tema, dadle una oportunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario