miércoles, 16 de abril de 2014

Goyokin (Tirania)









Título original: Goyokin (Steel Edge of Revenge) (Official Gold)
Año: 1969
Duración: 124 min.
País: Japón
Director: Hideo Gosha
Guión: Hideo Gosha, Kei Tasaka
Música: Masaru Satô
Reparto: Tatsuya Nakadai, Kinnosuke Nakamura, Tetsuro Tanba, Yôko Tsukasa, Ruriko Asaoka, Isao Natsuyagi








Los barcos del Shogun pasan cargados de oros por la costa de Sabai. Tres años atrás, treinta pescadores con sus mujeres y familias desaparecieron en ese mismo lugar después de haber encontrado el oro de un barco hundido. Nunca se supo que pasó con ellos, así que se solía decir que fueron “llevados por los dioses”. Magobei es un samurai que sabe muy bien lo que sucedió aquel día, por lo que los responsables tratarán de deshacerse de él.


En la década de los 60 del pasado siglo, el subgénero chambara (cine japonés de aventuras ambientadas en el pasado feudal del país del Sol Naciente -especialmente en el momento de eclipse o decadencia de ese pasado-, con un gran componente de peleas con sable y profundas discusiones filosóficas sobre distintos aspectos o enfoques del Bushido llevado a la realidad de los protagonistas) tuvo un gran auge en paralelo con el desarrollo y éxito del novedoso tratamiento del espaguetti western en Europa, a pesar de ser el western un género de rancia tradición norteamericana. Ambos subgéneros (chambara y espaguetti western) presentan grandes similitudes y son como las dos caras de la misma moneda en el campo del cine de acción de la época: por un lado, suelen ser filmes de no muy alto presupuesto, pero llenos de buenas ideas y con una gran labor artesanal por parte de sus directores, equipo técnico y actores.

Una vez enmarcado brevemente el contexto de la película, pasemos a hablar de Goyokin.
Podríamos decir que sigue la estructura de manual de un chambara típico: su argumento parte de un problema que pone en tela de juicio el Bushido, el código de conducta de los samurais (en el siglo XIX, cada cierto tiempo, un barco del gobierno militar de Japón pasa por las costas del feudo de Sabai acarreando el oro perteneciente al Shogun, extraído de unas minas cercanas y los señores feudales del lugar, conscientes de que su feudo está al borde de la ruina, deciden robar ese oro -que no les pertenece- y echar la culpa a los pescadores del lugar por la desaparición del oro, matándoles para no dejar pruebas y ocultar la verdad del asesinato ante todos). Consumada esta injusticia, los causantes de toda la jodienda pretenden achacar a los dioses (en el Japón feudal, las desapariciones misteriosas y súbitas de la gente se solían denominar kamikakushi, “ocultados por los espíritus”) la desaparición de la aldea de pescadores.

Pasa el tiempo y nos enteramos de que alguien más sabe la verdad de lo que pasó en las costas de Sabai, el  Magobei Wakizaka (Tatsuya Nakadai) quien se exilió voluntariamente de Sabai tras participar en la consumación de la masacre cometida tres años atrás. Como podréis imaginar, el héroe de pasado oscuro es otra de las constantes del chambara, al igual que en el western. El ronin Magobei en la película actúa como la fuerza vengadora que actúa contra sus antiguos aliados de Sabai: moralmente acabado, se nos muestra lo bajo que ha caído tras el exilio, pues se gana la vida haciendo demostraciones de esgrima en mercados y ferias. Es como un ser fantasmal (al estilo del personaje sin nombre inmortalizado por Clint Eastwood en los westerns, de hecho, Tatsuya Nakadai es una especie de Clint Eastwood en el país asiático) y una figura solitaria, un espadachín renegado que ha rechazado los supuestos valores oficiales de la sociedad japonesa antigua: esto es, corrupción enmascarada por una imagen de nobleza.
antiguo samurai

Eventualmente, Magobei se entera de que los causantes de la masacre van a volver a cometer un crimen similar con el mismo fin y decide redimirse de su caída tratando de detener una nueva tropelía. En su sendero de venganza, encuentra aliados dispuestos a ayudarle aunque él trate de ir por libre todo el tiempo: un agente encubierto del Shogunato y Oriha, jugadora profesional, prostituta ocasional y la única superviviente de la matanza de Sabai, que viaja con su hermano. Uno de los aspectos más interesantes de la película es la reflexión acerca del fin de la época de los samurais, pues el Shogunato Tokugawa se vio obligado a expoliar con impuestos injustos a todos sus súbditos y esto a su vez, provocó que los señores feudales, supuestos valedores de las virtudes máximas de honor, humanidad, rectitud, etc... recurrieran a medidas poco éticas tales como abusos de poder sobre las otras clases para poder sobrevivir y mantener sus privilegios.

Precisamente, esa falta de honor y de escrúpulos de la decadente clase samurai en un mundo azotado por una crisis económica es lo que lleva al antagonista de la historia, Rokugo Tatewaki (Tetsuro Tamba) a idear ese nuevo asesinato en masa para poder robar el oro y mantener, aunque sea un poco más de tiempo, un estatus quo agonizante. Como buen chambara, hay un gran conflicto irresoluble en la cuestión de qué es lo apropiado o qué es lo que debe hacer un buen samurai: defender a los más débiles, que no se pueden defender, en aras de la humanidad y la compasión o bien cumplir con su deber y hacer lo que sea para mantener a flote a clase, a su familia y subalternos. En resumen, luchar a favor de que viva la mayoría o luchar para egoístamente salvar tu propio culo y la gente que te es más cercana. El falso Bushido de un honor errático y sin compasión, manchado por la sangre de los inocentes para salvar el feudo de Sabai es la verdad que mueve a Magobei a convertirse en la conciencia vengativa del auténtico samurai, uno que ha vuelto la espalda a su propia clase, a la degeneración de sus antiguos compañeros, con el objeto de salvar su propio y solitario honor, que quizá es lo único a lo que pueden aspirar ya los hombres de armas de la decadente clase samurai a principios del siglo XIX, en medio de un mundo cambiante y caótico. Los personajes plasman esta cuestión de la siguiente forma: “el insecto pequeño debe morir para que el insecto grande pueda vivir”.

Como es habitual en el subgénero, las coreografías de los combates con katana son fantásticas y  westerns de la época como las películas de Sam Peckimpah (Grupo Salvaje) o Sergio Leone, que junto con el chambara japonés sientan el verdadero precedente del héroe fílmico de pasado oscuro que será explotado una y otra vez en miles de películas a partir de los años 60 y 70 del siglo XX.
descarnadas, estilizadas aunque a veces marcadas por la exageración de la muerte y la violencia. Si la véis, prestad atención al duelo final entre Magobei y Rokugo (conflicto, en el fondo, de dos formas opuestas de ver el Bushido), en el que todo el montaje de la escena es una metáfora del fin de una época, un verdadero funeral por la clase guerrera, por los samurais. Venza quien venza en ese combate, los samurais ya han perdido y lo único que quedará de ellos para ser recordado será una solitaria lápida en la nieve. Por otra parte, el ya clásico retrato del solitario guerrero japonés lastrado por su pasado, que no se puede adaptar al mundo moderno porque su vida ha sido otra, marcada por la ciencia de la espada y surcado por cicatrices psicológicas veremos que también tuvo su versión en los

Una lección magistral de cómo hacer una película de acción clásica, con un interesante aporte filosófico para aquellos que disfrutamos con el cine oriental de espadazos y por supuesto, muy recomendable si nunca has visto nada del director nipón Hideo Gosha, un genio capaz de convertir el cine barato de samurais en obras maestras, pues a lo largo de su carrera realizó un buen puñado de chambaras como Tres Samurais al margen de la ley o (Hitokiri) Tenchu, por citar algunos ejemplos. Como curiosidad, tuvo un remake en forma de western (cómo no) llamado The Master Gunfighter.


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