martes, 18 de febrero de 2014

Nosferatu





Título original: Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens)
Año: 1922
Duración: 91 min.
País: Alemania
Director: F.W. Murnau
Guión: Henrik Galeen
Música: James Bernard, Hans Erdmann, Carlos U. Garza, Timothy Howard, Richard Marriott, Richard O'Meara, Hans Posegga, Peter Schirmann, Bernardo Uzeda, Bernd Wilden





Año 1838. En la ciudad de Wisborg viven felices el joven Hutter y su mujer Ellen, hasta que el oscuro agente inmobiliario Knock decide enviar a Hutter a Transilvania para cerrar un negocio con el conde Orlok. Se trata de la venta de una finca de Wisborg, que linda con la casa de Hutter. Durante el largo viaje, Hutter pernocta en una posada, donde ojea un viejo tratado sobre vampiros que encuentra en su habitación. Una vez en el castillo, es recibido por el siniestro conde. Al día siguiente, Hutter amanece con dos pequeñas marcas en el cuello, que interpreta como picaduras de mosquito. Una vez firmado el contrato, descubre que el conde es, en realidad, un vampiro. Al verle partir hacia su nuevo hogar, Hutter teme por Ellen.



A lo largo de la historia del cine, la figura del vampiro ha ido evolucionando poco a poco a partir de la base literaria establecida por la literatura del Romanticismo decimonónico. En el caso de Nosferatu, una de las primeras versiones fílmicas del mito del vampirismo, Murnau optó por adaptar la novela de Bram Stoker, Drácula, añadiendo ciertos cambios y características propias que ayudaron a encumbrar esta película al Olimpo del cine de terror clásico. Aunque hablamos de un filme muy antiguo de lenguaje narrativo y puesta en escena poco sorprendentes a estas alturas, Nosferatu conserva una magia especial y un estilo único que nos hacen reflexionar sobre el valor de esta película y su influencia en el cine de vampiros del siglo XX.
Murnau sentó las bases de cómo contar correctamente una buena historia de terror y con su trabajo influyó a generaciones enteras de guionistas y directores. En primer lugar, la oscura, densa y abatida atmósfera que impregna el largometraje se beneficia del silencio propio del cine mudo, un silencio tan inmenso como escalofriante que ayuda a potenciar la carga dramática de Nosferatu. El viaje del protagonista, Hutter (Jonathan Harker en la novela) hacia la morada del Conde Orlock ya anticipa el horror de lo que está por venir: un oscuro periplo a traves de una tierra infecta y maldita que los lugareños evitan, un entorno extraño e incivilizado donde todavía perviven miedos ancestrales y pandemias olvidadas por el hombre moderno y cuyas causas se desconocen. En este punto uno de los aciertos de Murnau es equiparar la enfermedad que temen los lugareños (asociada al vampirismo) con la superstición propia de un territorio aislado, donde la ruina y la epidemia van acompañados del temor atávico a fantasmas y espíritus. El propio no-muerto, Orlock, a parte de ser un icono dentro del género, es un ser cadavérico, de aspecto enfermizo, muy alejado del vampiro aristocrático, seductor y carismático que se popularizaría en las décadas siguientes de la mano de Bela Lugosi y Christopher Lee.
En Nosferatu, el chupasangres habita un castillo en ruinas y éste parece ser el único vínculo humano que posee con un posible y remoto pasado nobiliario, porque Orlock es, ante todo, un ente monstruoso que vive en soledad, un ser esquivo propagador de un mal desconocido en un rincón desolado de Europa, un emisario de ultratumba que espera su oportunidad para alcanzar la civilización y sumir el mundo en una nueva Edad Oscura. La identificación de Orlock con las ratas que le acompañan nos hace pensar que el no-muerto de aspecto de roedor es un portador de la peste bubónica y usa a las ratas como aliadas para, de algún modo, ocultar su presencia ante los seres humanos o tal vez desviar su atención. Por ello, cuando alcanza su objetivo de llegar hasta la gran ciudad, nadie sospecha de que el causante de todo es la oscura plaga personificada en el vampiro, que actúa en la oscuridad con la complicidad de la noche para alimentarse de la sangre de los vivos.
Sin embargo, el propio no-muerto es víctima de su sed insaciable, de su ansia (una metáfora de la lujuria y el deseo sexual que proyecta sobre sus víctimas, en el momento en que se sacia con su sangre) y de su naturaleza depredadora cuando ataca a la esposa de Hutter e inmerso en su depredación se olvida de la llegada del amanecer. En cuanto a las actuaciones del reparto, hay que señalar que las exageradas muecas y las miradas de espanto confieren un aire de pesadilla e irrealidad que potencia a la perfección la atmósfera de terror de todo el texto fílmico. El maquillaje y los efectos son de gran calidad teniendo en cuenta la época de realización de Nosferatu .

Como nota relevante, la película tuvo un excelente remake en la década de 1970 a cargo de Werner Herzog, curiosamente en un momento en que el subgénero del cine de vampiros estaba estancado en los tópicos impuestos por el estilo de la productora británica Hammer Films y la renovación de esta clase de filmes todavía tardaría en llegar con los vampiros postmodernos de “El Ansia” y “Jóvenes ocultos”.

Un clásico del cine de terror del que se pueden extraer diversas lecturas, con un vampiro fascinante, solitario, cadavérico y monstruoso pero en cierta forma sensible ante la belleza (detalle que me gustó mucho). Al Conde Orlock le bastaría su delicioso olor a carroña putrefacta para destruir a los nuevos pseudovampiros vegetarianos que brillan cual Gusiluz y a veces usan colmillos de mazapán para comerse la ensalada. ¡Larga vida al Conde!

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