Título original:
The Addiction
Año: 1995
Duración: 82min
Director: Abel
Ferrara
Guión: Nicholas
St. John
Música: Joe Delia
Reparto: Lili
Taylor, Christopher Walken, Annabella Sciorra, Edie Falco, Paul Calderon,
Fredro Starr, Robert Castle
Premios: 1995 Festival de Berlín: Sección oficial
de largometrajes
La estudiante de
filosofía Kathleen Conklin (Lily Taylor) es mordida por una mujer vampiro
(Annabella Sciorra), lo que provoca cambios decisivos en su persona,
convirtiéndose en una yonkie ávida de sangre para calmar la insaciable sed que
la atenaza. Incapaz de rebelarse ante su nueva condición vital que la domina
por completo, la desconcertada joven buscará comprender el auténtico alcance
del fenómeno, al mismo tiempo que intervendrá en brutales masacres vampíricas
de inadvertidos amigos y conocidos...
La década de los noventa del pasado siglo fue bastante
fructífera en el subgénero cinematográfico dedicado al vampirismo, con filmes
tan exitosos como Drácula, de Bram
Stoker, Entrevista con el vampiro o
la primera entrega de la trilogía de Blade.
Como preámbulo a la crítica deThe Addiction hay que decir que los vampiros de esta
película de Abel Ferrara beben directamente de las fuentes literarias del
chupasangres postmoderno: el referente más cercano de los personajes del filme
que nos ocupa está en El ansia (de Whitley Strieber) llevada a la gran
pantalla por Tony Scott. Pero es lícito decir que no hablamos de los vampiritos drama queen de Anne Rice y sus colmillos de mazapán con
sus “ay, ay, como sufro por ser inmortal, bello y superguay”. La protagonista
de la película que comentamos, una estudiante de filosofía llamada Kathleen Conklin, es vampirizada por unos
seres tan crueles que pueden ser considerados como una prolongación retorcida y
sobrenatural de la maldad humana, capaces de mimetizarse perfectamente con los
humanos en una urbe oscura, agobiante, pesadillesca y devorada por la
decadencia, llena de suciedad y ambientes malsanos. Y es precisamente esa caída
a los infiernos para Conklin, esa vampirización que poco a poco la devora es el
punto sin retorno que marca su propia degradación moral y la necesidad
imperiosa de alimentarse de sangre, de ahí “la adicción” que da título a la
película.
En The Addiction, los vampiros recitan de memoria a
Kierkegaard y Sartre pero no son gente cool ni Homo Sapiens. A través de la sucesión de imágenes de
grandes tragedias del siglo XX como los campos de concentración del Holocausto
judío o las víctimas de la Guerra de Vietnam (mostradas en las clases de
Filosofía donde estudia Conklin), el hombre y el vampiro son identificados subrepticiamente
como las dos caras de la misma moneda: un virus mortífero para la vida como se presenta como una fuente infinita de
ruina moral, perdición, dolor y vacío a costa de otros seres,incapaz de frenar
su ansia de sangre y voluntad de poder.
pretenden ser estrellas de rock, como
nuestro amigo Lestat, aquí vagan por la ciudad en busca de nuevas víctimas y de
paso, aumentar la legión de chupasangres. Sin embargo, el punto de vista del
director es claro al presentarlos como unos simples alumnos aventajados del
La narración de este filme de culto es totalmente de manual:
tenemos un inicio en el que la protagonista es contagiada por el mal del
vampirismo por una Annabella Sciorra en estado de gracia como ser de las
tinieblas, elegante y cruel, un desarrollo en el que Conklin empieza a conocer el alcance del
“mal” que sufre (la sed de sangre y demás, la debilidad ante el sol...) y
contacta con Peina (Christopher Walken), el cabecilla de los chupasangres que
es reacio a matar a otros seres vivos pero cuestiona continuamente la moralidad
de los propios actos de los humanos. Peina ha elegido controlar su sed de
hemoglobina por medio de la meditación y otros métodos, pero en ningún momento
se le puede catalogar como un vampiro “rehabilitado” de su ansia de sangre. Para
demostrar esto, el ser ataca a Kathleen con el objeto de alimentarse de ella,
sin importarle que se trate de un congénere vampírico. Además, como decimos,
estos vampiros se pueden mover a la luz del día con la única protección de unas
gafas de sol y no tienen intolerancia a la visión de los crucifijos, con lo
cual hay una interpretación más moderna del mito y nos alejamos del elemento
gótico aunque no de los ambientes siniestros y amenazadores.
The Addiction es
un texto encomiable porque funciona como una película de terror existencial,
comparando al vampiro con un verdadero yonki que difícilmente puede refrenar su
ansia y donde tanto seres humanos como chupasangres somos presentados como
seres malignos, no porque cometemos maldades sino que cometemos maldades porque
somos malignos. La gran carga filosófica que impregna todo el filme no es un
obstáculo para disfrutar de él, ya que se aleja de las mandangas goticunas de
Anne Rice y sus frívolos dandies de ultratumbacon chorreras y pose
atormentada. Sin duda, un gran avance para el vampiro cinematográfico, más
cercano a El ansia o la
más recienteByzantium de
Neil Jordan.
Las escenas de ataque de los vampiros (clásicas en el
subgénero) son representadas con toda su crudeza, nada que ver con la
mojigatería deCrepúsculo y
el señor “Cara-culen” Pattison, que en todas las fotos parece que se muerde los
carrillos al hablar, como Mario Vaquerizo. En la película que nos ocupa no hay
medias tintas, los vampiros son auténticos depredadores que filosofan entre
muerte y muerte, como si buscasen alguna solución moral, una redención por la
pérdida de su humanidad. No hay grandes baños de sangre, todo sea dicho, salvo
al final de la película: pero en ese último acto de la función, en ese clímax y
ese desenlace en el que Kathleen se gradúa y ha sucumbido totalmente a su
naturaleza maligna, podemos encontrarnos una de las mejores cacerías vampíricas
de la historia del celuloide (mordiscos asesinos, furia desatada, sangre a
raudales y unos chupasangres enloquecidos por el “mono” de sangre entre los que
destaca nuestra protagonista).
The Addiction se
mueve con soltura en las procelosas aguas, en las arenas movedizas de la psique
humana y
la crueldad que anida en el subconsciente colectivo. Rodada en blanco
y negro, sin demasiado presupuesto en apariencia, tiene un tono claustrofóbico
y pesimista potenciado por una narrativa visual artesanal pero con mucha
potencia. Es como una vuelta a los orígenes de lo que representa el vampiro: la
otredad, el monstruo que en el fondo subyace en nosotros mismos. Tampoco tiene
un final feliz, sino que es un final un tanto ambiguo en el que Kathleen parece
que se deja morir, pues vemos su lápida en los planos finales, pero luego la
vemos andando por las cercanías.
Aunque soy muy fan del estilo de terror gótico popularizado
en el cine con la productora Hammer Films, con muertos y mundos de ultratumba,
esta es una de las mejores peliculas de vampiros modernos con la que os podeis
encontrar en la actualidad. Si no la habeis visto y os gusta el tema, dadle una
oportunidad.
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