Año: 2014
Duración: 99
minutos
País: Estados
Unidos
Director: Wes Anderson
Guión: Wes Anderson
Música: Alexander
Desplat
Reparto: Ralph
Fiennes, Tony Revolori, Saoirse Ronan, Edward Norton, Jeff Goldblum, Willem
Dafoe, Jude Law, F. Murray Abraham, Adrien Brody, Tilda Swinton, Harvey Keitel,
Mathieu Amalric, Jason Schwarzman, Tom Wilkinson, Larry Pine, Bill Murray, Owen
Wilson, Lea Seydoux, Giselda Volodi, Bob Balaban
Premios: 2014:
Festival de Berlin, Gran Premio del Jurado
Gustave H. (Ralph Fiennes), un legendario conserje de un famoso hotel europeo de entreguerras, entabla amistad con Zero Moustafa (Tony Revolori), un joven empleado al que convierte en su protegido. La historia trata sobre el robo y la recuperación de una pintura renacentista de valor incalculable y sobre la batalla que enfrenta a los miembros de una familia por una inmensa fortuna. Como telón de fondo, los levantamientos que transformaron Europa durante la primera mitad del siglo XX.
Hay multitud de directores, de todos los estilos y para
todos los gustos. Los hay que son directores desde siempre, guionistas que se
convierten en directores; productores que se vuelven directores; incluso
actores que se pasan al otro lado de las cámaras. Con mayor o menor fortuna
todos ellos. Cada uno tiene su propio estilo, algo, por pequeño que sea que les
distingue. Ahora bien, hay un grupo, no muy grande, digamos, de directores que
tienen un estilo tan marcado que con solo ver una escena de una película sabes
que es de él o ella. Wes Anderson esta dentro de este grupo. Tiene un estilo
tan peculiar, tan particular, que rápidamente sabes que la película que estas
visionando es suya. Crea unos mundos en los que, a pesar de ocurrir cosas
absurdas, cosas dramáticas, cosas duras…quieres vivir en uno de ellos, junto a
todos sus personajes, ya sea con los Tenenbaum, con el señor Fox en su agujero
o en el maravilloso hotel que nos muestra en esta ocasión. Con una particular visión
de contar sus historias, que te hacen de tener una sonrisa en la cara desde que
empiezas a verla, hasta el minuto final. Y no se queda ahí, sino que tiempo después
aun la recuerdas. Y actualmente, según esta el cine, con secuelas, precuelas,
reboots, y repetición de esquemas que hemos visto hasta la saciedad, es mucho.
La vida es muy tranquila en el hotel Budapest. Gustave H.,
el conserje, tiene todo bajo control, haciendo feliz a multitud de personas que
pasan por allí, incluida Madame D., una anciana muy amiga del conserje. Pero un
día, la mujer aparece muerta, y los hijos se disputan la herencia. En esa
herencia se encuentra un cuadro que la anciana a legado a Gustave H., muy
valioso. Comienza así una locura de carrera para huir del hijo de Madame D., de
su matón, y de un escuadrón de la policía que también van tras ellos. Todo ello
con la guerra de telón de fondo.
Cabe decir, en primer lugar, que debes de tener la mente
‘muy abierta’ para ver el cine de Wes Anderson. Tienes que dejar volar tu
imaginación ante lo que vas a ver. No es tanto una película como un cuadro,
igual que el que los personajes se pasan toda la película intentando esconder.
Es como una obra pictórica en movimiento. Es un mundo azotado por la guerra,
con unos personajes que tratan de huir de su destino (o lo persiguen, en el
caso de los hijos de la señora), pero contada de manera tan bella y tan
personal, que no puedes dejar de pensar ‘yo quiero estar allí’. Disfrutas de
cada escena, de cada dialogo, de cada momento, igual que un niño disfruta por
primera vez de una película en el cine. Te sientes pequeño, te sientes feliz. Esa
belleza es la que te hace mantenerte pegado a tu butaca. Y eso que sabes que
muchas de las cosas que ocurren en ella son demasiado locas para ser verdad,
surrealistas, como la ubicación del hotel, el que todo parezca un pastel de
cumpleaños, una huida de la cárcel que no puede ser más ridícula (pero
efectiva, que es lo que cuenta), persecuciones que más parecen de una típica película
de acción y espías. Todo cabe en la película, todo encaja, y todo es
maravilloso en ella.
Wes Anderson ha conseguido lo que pocos pueden conseguir
últimamente: identidad propia. Con cada película supera las cotas que ha dejado
con la anterior, y eso es complicado, porque cada película es una pequeña joya.
Creiamos que con ‘Moonrise Kingdom’ había llegado a su tope, pero entonces
llega ‘El Gran Hotel Budapest’ y tenemos que tragarnos esas palabras que dijimos
en el 2012, y decir ahora: ‘esta es la mejor película de Anderson hasta la
fecha’. Una película de relaciones entre personas, de amistades (peligrosas) y
de gente con mucha ambición y poder. También hay sitio para el amor, por
supuesto, esas historias de amor que tan bien sabe retratar el director, entre
dos personas que no pueden tener menos en común. Todo rodeado de un humor muy
suyo, muy especial, con esas escenas tan rápidas, los zooms, y una serie de
conspiraciones que hacen aun mas divertida la trama. Y por supuesto con un
final feliz (no a lo Disney, eso es demasiado feliz, pero feliz al fin y al
cabo, como recompensa de todo lo vivido por el camino, de todo lo sufrido. Y es
que estos personajes se lo merecen, porque pasan por demasiadas cosas para una
sola persona, en muy poco tiempo.
Otra de las cosas dignas de admirar de Wes Anderson es la
cantidad de talento que puede condensar en una sola película. Esta vez más que
nunca. Sigue con sus habituales (Owen Wilson, Jason Schwarzman, Bill Murray), y
sigue sumando nuevos nombres que convertir en sus personajes. Tengo que
destacar a Ralph Fiennes, y no solo porque sea un actor maravilloso, en mi
opinión, sino porque en esta película es simplemente maravilloso, creando un
personaje tan cómico y a la vez tan dramático, que tienes que quererle si o si.
Mención especial también para el desconocido Tony Revolori, que hace un gran
papel como el ayudante de Gustave H. primero, para después convertirse en un
gran amigo, casi como un padre, se podría llegar a decir, y es que su relación
evoluciona de tal manera que acaban siendo inseparables. Un reparto monumental,
si, pero cada uno con un papel especifico, importante dentro de la historia, y
que consigue su momento de gloria. Es de los pocos directores que consigue
darle protagonismo a tanta gente en una misma película, equilibrado su
protagonismo, a pesar de que unos salgan durante todo el metraje y otros solo
apenas cinco minutos. Un despliegue de talento que a nosotros nos encanta.
Película más para los seguidores de Wes Anderson que para
aquellos que no les gusta demasiado lo que hace. Es un cine diferente, no esta
hecho para todos, pero que es tan sumamente bello en su conjunto que no puedes
evitar sonreír. Una de esas cintas que, tarde o temprano, querrás volver a ver.
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