Título original:
Goyokin (Steel Edge of Revenge) (Official Gold)
Año: 1969
Duración: 124 min.
Director: Hideo Gosha
Guión: Hideo Gosha,
Kei Tasaka
Música: Masaru Satô
Reparto: Tatsuya
Nakadai, Kinnosuke Nakamura, Tetsuro Tanba, Yôko Tsukasa, Ruriko Asaoka, Isao
Natsuyagi
Los barcos del
Shogun pasan cargados de oros por la costa de Sabai. Tres años atrás, treinta
pescadores con sus mujeres y familias desaparecieron en ese mismo lugar después
de haber encontrado el oro de un barco hundido. Nunca se supo que pasó con
ellos, así que se solía decir que fueron “llevados por los dioses”. Magobei es
un samurai que sabe muy bien lo que sucedió aquel día, por lo que los
responsables tratarán de deshacerse de él.
En la década de los 60 del pasado
siglo, el subgénero chambara (cine japonés de aventuras
ambientadas en el pasado feudal del país del Sol Naciente -especialmente en el
momento de eclipse o decadencia de ese pasado-, con un gran componente de
peleas con sable y profundas discusiones filosóficas sobre distintos aspectos o
enfoques del Bushido llevado a la realidad de los protagonistas) tuvo un gran
auge en paralelo con el desarrollo y éxito del novedoso tratamiento del espaguetti western en Europa, a pesar de ser el western un género de rancia tradición
norteamericana. Ambos subgéneros
(chambara y espaguetti western) presentan grandes similitudes y
son como las dos caras de la misma moneda en el campo del cine de acción de la
época: por un lado, suelen ser filmes de no muy alto presupuesto, pero llenos
de buenas ideas y con una gran labor artesanal por parte de sus directores,
equipo técnico y actores.
Una vez enmarcado brevemente el
contexto de la película, pasemos a hablar de Goyokin.
Podríamos decir que sigue la
estructura de manual de un chambara típico: su argumento parte de un
problema que pone en tela de juicio el Bushido, el código de conducta de los
samurais (en el siglo XIX, cada cierto tiempo, un barco del gobierno militar de
Japón pasa por las costas del feudo de Sabai acarreando el oro perteneciente al
Shogun, extraído de unas minas cercanas y los señores feudales del lugar,
conscientes de que su feudo está al borde de la ruina, deciden robar ese oro
-que no les pertenece- y echar la culpa a los pescadores del lugar por la
desaparición del oro, matándoles para no dejar pruebas y ocultar la verdad del
asesinato ante todos). Consumada esta injusticia, los causantes de toda la
jodienda pretenden achacar a los dioses (en el Japón feudal, las desapariciones
misteriosas y súbitas de la gente se solían denominar kamikakushi, “ocultados por los espíritus”) la desaparición de la aldea de
pescadores.
Pasa el tiempo y nos enteramos de
que alguien más sabe la verdad de lo que pasó en las costas de Sabai, el
Magobei Wakizaka
(Tatsuya Nakadai) quien se exilió voluntariamente de Sabai tras participar en
la consumación de la masacre cometida tres años atrás. Como podréis imaginar,
el héroe de pasado oscuro es otra de las constantes del chambara, al igual que en el western. El ronin Magobei en la película actúa como
la fuerza vengadora que actúa contra sus antiguos aliados de Sabai: moralmente
acabado, se nos muestra lo bajo que ha caído tras el exilio, pues se gana la
vida haciendo demostraciones de esgrima en mercados y ferias. Es como un ser
fantasmal (al estilo del personaje sin nombre inmortalizado por Clint Eastwood
en los westerns, de hecho, Tatsuya Nakadai es una
especie de Clint Eastwood en el país asiático) y una figura solitaria, un
espadachín renegado que ha rechazado los supuestos valores oficiales de la
sociedad japonesa antigua: esto es, corrupción enmascarada por una imagen de
nobleza.
antiguo samurai
Eventualmente, Magobei se entera
de que los causantes de la masacre van a volver a cometer un crimen similar con
el mismo fin y decide redimirse de su caída tratando de detener una nueva
tropelía. En su sendero de venganza, encuentra aliados dispuestos a ayudarle
aunque él trate de ir por libre todo el tiempo: un agente encubierto del
Shogunato y Oriha, jugadora profesional, prostituta ocasional y la única
superviviente de la matanza de Sabai, que viaja con su hermano. Uno de los
aspectos más interesantes de la película es la reflexión acerca del fin de la
época de los samurais, pues el Shogunato Tokugawa se vio obligado a expoliar
con impuestos injustos a todos sus súbditos y esto a su vez, provocó que los
señores feudales, supuestos valedores de las virtudes máximas de honor,
humanidad, rectitud, etc... recurrieran a medidas poco éticas tales como abusos
de poder sobre las otras clases para poder sobrevivir y mantener sus
privilegios.
Precisamente, esa falta de honor y
de escrúpulos de la decadente clase samurai en un mundo azotado por una crisis
económica es lo que lleva al antagonista de la historia, Rokugo Tatewaki
(Tetsuro Tamba) a idear ese nuevo
asesinato en masa para poder robar el oro y mantener, aunque sea un poco más de
tiempo, un estatus quo agonizante. Como buen chambara, hay un gran conflicto irresoluble
en la cuestión de qué es lo apropiado o qué es lo que debe hacer un buen
samurai: defender a los más débiles, que no se pueden defender, en aras de la
humanidad y la compasión o bien cumplir con su deber y hacer lo que sea para
mantener a flote a clase, a su familia y subalternos. En resumen, luchar a
favor de que viva la mayoría o luchar para egoístamente salvar tu propio culo y
la gente que te es más cercana. El falso Bushido de un honor errático y sin
compasión, manchado por la sangre de los inocentes para salvar el feudo de
Sabai es la verdad que mueve a Magobei a convertirse en la conciencia vengativa
del auténtico samurai, uno que ha vuelto la espalda a su propia clase, a la
degeneración de sus antiguos compañeros, con el objeto de salvar su propio y
solitario honor, que quizá es lo único a lo que pueden aspirar ya los hombres
de armas de la decadente clase samurai a principios del siglo XIX, en medio de
un mundo cambiante y caótico. Los personajes plasman esta cuestión de la
siguiente forma: “el insecto pequeño debe morir para que el insecto grande
pueda vivir”.
Como es habitual en el subgénero,
las coreografías de los combates con katana son fantásticas y westerns de la época como las películas de Sam
Peckimpah (Grupo Salvaje) o Sergio Leone, que junto con el chambara japonés sientan el verdadero
precedente del héroe fílmico de pasado oscuro que será explotado una y otra vez
en miles de películas a partir de los años 60 y 70 del siglo XX.
descarnadas,
estilizadas aunque a veces marcadas por la exageración de la muerte y la
violencia. Si la véis, prestad atención al duelo final entre Magobei y Rokugo
(conflicto, en el fondo, de dos formas opuestas de ver el Bushido), en el que
todo el montaje de la escena es una metáfora del fin de una época, un verdadero
funeral por la clase guerrera, por los samurais. Venza quien venza en ese
combate, los samurais ya han perdido y lo único que quedará de ellos para ser
recordado será una solitaria lápida en la nieve. Por otra parte, el ya clásico
retrato del solitario guerrero japonés lastrado por su pasado, que no se puede
adaptar al mundo moderno porque su vida ha sido otra, marcada por la ciencia de
la espada y surcado por cicatrices psicológicas veremos que también tuvo su
versión en los
Una lección magistral de cómo
hacer una película de acción clásica, con un interesante aporte filosófico para
aquellos que disfrutamos con el cine oriental de espadazos y por supuesto, muy
recomendable si nunca has visto nada del director nipón Hideo Gosha, un genio
capaz de convertir el cine barato de samurais en obras maestras, pues a lo
largo de su carrera realizó un buen puñado de chambaras como Tres
Samurais al margen de la ley o
(Hitokiri) Tenchu, por citar algunos ejemplos. Como
curiosidad, tuvo un remake en forma de western (cómo no) llamado The Master Gunfighter.
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