Título original: Nosferatu (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens)
Año: 1922
Duración: 91 min.
País: Alemania
Guión: Henrik Galeen
Música: James Bernard, Hans Erdmann, Carlos U. Garza, Timothy
Howard, Richard Marriott, Richard O'Meara, Hans Posegga, Peter Schirmann,
Bernardo Uzeda, Bernd Wilden
Reparto: Max Schreck, Alexander Granach, Gustav von Wangenheim, Greta Schröeder, GH Schnell, Ruth Landshoff, John Gottowt, Gustav Botz
Año 1838. En la ciudad de Wisborg viven
felices el joven Hutter y su mujer Ellen, hasta que el oscuro agente
inmobiliario Knock decide enviar a Hutter a Transilvania para cerrar un negocio
con el conde Orlok. Se trata de la venta de una finca de Wisborg, que linda con
la casa de Hutter. Durante el largo viaje, Hutter pernocta en una posada, donde
ojea un viejo tratado sobre vampiros que encuentra en su habitación. Una vez en
el castillo, es recibido por el siniestro conde. Al día siguiente, Hutter
amanece con dos pequeñas marcas en el cuello, que interpreta como picaduras de
mosquito. Una vez firmado el contrato, descubre que el conde es, en realidad,
un vampiro. Al verle partir hacia su nuevo hogar, Hutter teme por Ellen.
A lo largo
de la historia del cine, la figura del vampiro ha ido evolucionando poco a poco
a partir de la base literaria establecida por la literatura del Romanticismo
decimonónico. En el caso de Nosferatu, una de las primeras versiones fílmicas
del mito del vampirismo, Murnau optó por adaptar la novela de Bram Stoker,
Drácula, añadiendo ciertos cambios y características propias que ayudaron a
encumbrar esta película al Olimpo del cine de terror clásico. Aunque hablamos
de un filme muy antiguo de lenguaje narrativo y puesta en escena poco
sorprendentes a estas alturas, Nosferatu conserva una magia especial y un
estilo único que nos hacen reflexionar sobre el valor de esta película y su
influencia en el cine de vampiros del siglo XX.
Murnau
sentó las bases de cómo contar correctamente una buena historia de terror y con
su trabajo influyó a generaciones enteras de guionistas y directores. En primer
lugar, la oscura, densa y abatida atmósfera que impregna el largometraje se
beneficia del silencio propio del cine mudo, un silencio tan inmenso como
escalofriante que ayuda a potenciar la carga dramática de Nosferatu. El viaje
del protagonista, Hutter (Jonathan Harker en la novela) hacia la morada del
Conde Orlock ya anticipa el horror de lo que está por venir: un oscuro periplo
a traves de una tierra infecta y maldita que los lugareños evitan, un entorno
extraño e incivilizado donde todavía perviven miedos ancestrales y pandemias
olvidadas por el hombre moderno y cuyas causas se desconocen. En este punto uno
de los aciertos de Murnau es equiparar la enfermedad que temen los lugareños
(asociada al vampirismo) con la superstición propia de un territorio aislado, donde
la ruina y la epidemia van acompañados del temor atávico a fantasmas y
espíritus. El propio no-muerto, Orlock, a parte de ser un icono dentro del
género, es un ser cadavérico, de aspecto enfermizo, muy alejado del vampiro
aristocrático, seductor y carismático que se popularizaría en las décadas
siguientes de la mano de Bela Lugosi y Christopher Lee.
En
Nosferatu, el chupasangres habita un castillo en ruinas y éste parece ser el
único vínculo humano que posee con un posible y remoto pasado nobiliario,
porque Orlock es, ante todo, un ente monstruoso que vive en soledad, un ser
esquivo propagador de un mal desconocido en un rincón desolado de Europa, un
emisario de ultratumba que espera su oportunidad para alcanzar la civilización
y sumir el mundo en una nueva Edad Oscura. La identificación de Orlock con las
ratas que le acompañan nos hace pensar que el no-muerto de aspecto de roedor es
un portador de la peste bubónica y usa a las ratas como aliadas para, de algún
modo, ocultar su presencia ante los seres humanos o tal vez desviar su
atención. Por ello, cuando alcanza su objetivo de llegar hasta la gran ciudad,
nadie sospecha de que el causante de todo es la oscura plaga personificada en
el vampiro, que actúa en la oscuridad con la complicidad de la noche para
alimentarse de la sangre de los vivos.
Sin
embargo, el propio no-muerto es víctima de su sed insaciable, de su ansia (una
metáfora de la lujuria y el deseo sexual que proyecta sobre sus víctimas, en el
momento en que se sacia con su sangre) y de su naturaleza depredadora cuando
ataca a la esposa de Hutter e inmerso en su depredación se olvida de la llegada
del amanecer. En cuanto a las actuaciones del reparto, hay que señalar que las
exageradas muecas y las miradas de espanto confieren un aire de pesadilla e
irrealidad que potencia a la perfección la atmósfera de terror de todo el texto
fílmico. El maquillaje y los efectos son de gran calidad teniendo en cuenta la
época de realización de Nosferatu .
Como nota
relevante, la película tuvo un excelente remake en la década de 1970 a cargo de
Werner Herzog, curiosamente en un momento en que el subgénero del cine de
vampiros estaba estancado en los tópicos impuestos por el estilo de la
productora británica Hammer Films y la renovación de esta clase de filmes
todavía tardaría en llegar con los vampiros postmodernos de “El Ansia” y
“Jóvenes ocultos”.
Un clásico
del cine de terror del que se pueden extraer diversas lecturas, con un vampiro
fascinante, solitario, cadavérico y monstruoso pero en cierta forma sensible
ante la belleza (detalle que me gustó mucho). Al Conde Orlock le bastaría su
delicioso olor a carroña putrefacta para destruir a los nuevos pseudovampiros
vegetarianos que brillan cual Gusiluz y a veces usan colmillos de mazapán para
comerse la ensalada. ¡Larga vida al Conde!
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