jueves, 15 de mayo de 2014

Lady Snowblood







Título original: Shurayukihime
Año: 1973
Duración: 97 minutos
País: Japón
Director: Toshiya Fujita
Guión: Kazuo Uemura, Kazuo Koike (Cómic: Kazuo Kamimura)
Música: Masaaki Hirao
Reparto: Meiko Kaji, Toshio Kurosawa, Masaaki Daimon, Miyoko Akaza, Shinichi Uchida, Takeo Chii, Noboru Nakaya, Yoshiko Nakada, Akemi Negishi, Kaoru Kusuda, Sanae Nakahara, Hosei Komatsu








Una jovencita llamada Yuki Kashima, nació en la cárcel en una fría noche como instrumento de una venganza, ya que su padre, fue brutalmente asesinado al ser confundido con un asesino del gobierno Meiji, suerte que también compartió su pequeño hermano. Su madre logró vengarse de uno de los asesinos, pero por ese asesinato fue condenada a cadena perpetua y para continuar su venganza, se dedicó a acostarse con todos los presos y carceleros que pudo, hasta conseguir quedar embarazada para que su hijo (que resultó ser hija) terminase la venganza por ella. Saya murió al dar a luz a la pequeña Yuki, que fue educada y brutalmente entrenada por el monje Dokai.



En 1973, el director Toshiya Fujita sorprendió a propios y extraños con este filme de culto, protagonizado por la cantante y actriz en alza Meiko Kaji, que da vida a nuestra vengativa amiga Yuki Kashima. La historia de Yuki empieza de forma muy cañera: ambientada en la época Meiji, nos encontramos con una joven de pasado oscuro que ha sido criada y adiestrada con el único objetivo de llevar a cabo su particular venganza contra los causantes de la ruina de su familia. A lo largo del metraje nos encontramos con una serie de flashbacks que muestran el asesinato de su padre y su hermano, así como el posterior nacimiento de Yuki en una cárcel, donde su madre (preñada tras haberse acostado con media prisión) ha sido encerrada por vengarse de uno de los asesinos de su marido. El bebé nace con el estigma de ser un mero instrumento de venganza y siguiendo este planteamiento, asistiremos a la forja de una particular heroína que nada tiene que envidiar a los guerreros orientales de otras películas de la época.

La narración y puesta en escena de Lady Snowblood es sencillamente fantástica: si recordáis un poco la narración en capítulos de Kill Bill os percataréis de la gran influencia que ha tenido en Tarantino la película que hoy nos ocupa. Cada capítulo de la trama se corresponde con la búsqueda y posterior asesinato de cada uno de los integrantes de la banda que persigue Yuki (a la sazón La Novia). Incluso, entre segmento y segmento nos podemos encontrar con una serie de historietas narradas en clave de manga que ambientan la trama o explican determinadas situaciones. Como pasa con el cine chambara, en esta película el presupuesto no es muy alto, sin embargo, la gran creatividad y la labor artesanal del director dan lugar a una obra maestra del cine japonés.
 

Entre las actuaciones, la más destacable es la de Meiko Kaji, que está guapísima vestida con kimono tradicional y conjuga a la perfección belleza y miradas punzantes de odio: su personaje —Yuki— está caracterizado por la amargura de tener que llevar a cabo una venganza que ella no ha elegido y al mismo tiempo una búsqueda incesante de la humanidad perdida de la propia protagonista. Como contrapunto, los antagonistas del relato son bastante arquetípicos (como pasaba en los spaguetti-westerns y el chambara) y en todo momento estás deseando que aparezca Yuki para partirles en dos con la espada que oculta en su parasol. Las muertes de todos ellos son brutales, no hay concesión a lo políticamente correcto y aquí todo el mundo paga por sus malas acciones.
Pero no todo son katanazos y tiros en la película, también tenemos espacio para el romance entre Yuki y un periodista que poco a poco va indagando sobre nuestra amiga y al tiempo que se hace eco de sus andanzas, también se hace fan y cae rendido a los pies de nuestra letal espadachina. En resumen, Lady Snowblood es una película fascinante, con una buena ambientación de época (se ubica cronológicamente en la Época Meiji, cuando Japón se estaba modernizando y abriéndose al contacto con Occidente) que tiene su culmen en el baile final donde podemos apreciar cómo el Japón antiguo está borrando sus huellas seculares para dar paso a un incierto futuro. Con esto quiero decir que la escena en que el cabecilla de los malos muere y cae de un balcón arrastrando la bandera moderna de Japón y pringándola de sangre tiene un cierto halo profético respecto del papel que Japón tendrá en la primera mitad del siglo XX (guerras, invasiones, miles de crímenes contra la humanidad, etc).

 
Pero hay mucho más en Lady Snowblood de lo que se narra expresamente. El drama que subyace en la película es la pérdida de valores, el desarraigo de una sociedad en cambio como fue la Era Meiji. A las guerras intestinas del archipiélago nipón, la corrupción de la clase dirigente burguesa (y prooccidental) y los tremendos conflictos sociales derivados de las injusticias generalizadas contra el pueblo japonés hay que añadir las tensiones derivadas de una sociedad que estaba perdiendo su esencia a marchas forzadas. Si nos fijamos en la película, la madre de Yuki, antes de morir, está dispuesta a todo con tal de consumar su venganza y su hija nace como un ser del Otro Mundo, algunos personajes hasta la consideran como un ser infernal en el que se han reencarnado las ansias de venganza de su progenitora. En el filme ya no tenemos samuráis que luchan por salvaguardar los andrajos de honor que les pudieran quedar, tampoco hay unos antagonistas que sean auténticos genios del mal o estrategas consumados: al contrario, no son más que vil gentuza agrupada en bandas para poder sobrevivir a los cambios a los que me he referido.

Ahora bien, en cierto modo el filme de Fujita hace un guiño al espectador conocedor de la cultura japonesa: el entrenamiento de Yuki a cargo de un monje (un antiguo siervo del extinto sistema feudal) que le inicia en los secretos del asesinato, el subterfugio y la ciencia del sable japonés parece una metáfora del carácter redentor del budismo y la posibilidad de encauzar a un alma perdida como es Yuki, un ser desposeído de todo lo que una niña pequeña merece. El aprendizaje de Yuki, sus apariciones con la vestimenta típica del país asiático y algunas sentencias de influencia budista aluden, otra vez, a que el pasado feudal y tradicional japonés luchan por sobrevivir en el Japón ultramoderno en ciernes. Nuestra amiga, en el fondo, es como un fantasma del Japón que se perdió con la modernización de la Era Meiji, un espectro recién salido del infierno para lavar con sangre las afrentas de un país que abandonó su esencia en aras de la ambición, la falta de escrúpulos y el militarismo exacerbado.

Lady Snowblood tuvo una secuela poco tiempo después y una versión en manga. La segunda parte, aunque está bien, no me parece tan redonda ni impactante como su predecesora. Aunque el cine japonés no es del gusto de todos, he de decir que Lady Snowblood es muy recomendable para cualquier tipo de espectador. No tiene complejas disquisiciones morales ni es difícil de entender, como sí pasa en otros largometrajes nipones de la época. Además, ¿quién puede resistirse a una choni tan elegante y buenorra como Meiko Kaji repartiendo mandobles bestiales? No os defraudará, pasaréis un rato muy agradable visionando esta gran película.



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