Titulo Original: Death Wish 3
Año: 1985
Duración: 92 min.
País: Estados Unidos
Director: Michael Winner
Guión: Don Jakoby (Personajes: Brian Garfield)
Música: Jimmy Page
Reparto: Charles Bronson, Deborah Raffin, Ed Lauter, Martin Balsam, Gavan O'Herlihy, Kirk Taylor, Alex Winter, Tony Spiridakis, Ricco Ross, Tony Britts
Paul Kersey, un vigilante, regresa a Nueva York para visitar a un amigo, pero cuando llega se encuentra con que éste está a punto de fallecer, vícitima de una paliza que le ha dado la banda de Manny Fraker. Para colmo de males, en ese preciso momento entra la policía y sorprende a Paul sosteniendo un arma en el lugar del crimen.
Allá por la década de 1980 se puso de moda el cine de acción protagonizado por vigilantes anónimos y justicieros al margen de la ley como El castigador (The Punisher, protagonizada por Dolph Lungren) y la saga Death Wish, aquí titulada Yo soy la justicia. Dicha saga, cuyo pistoletazo de salida tuvo lugar en los años 70, contaba la historia de Paul Hersey (un Charles Bronson ya algo viejuno) un arquitecto de éxito y cabeza de familia acomodada y bienpensante. Pues bien, todo se tuerce para el carapalo de Hersey cuando unos facinerosos asesinan a su mujer y violan a su hija discapacitada. Es en ese momento cuando nuestro amigo emprende una cruzada solitaria por las calles de Nueva York para cumplir su venganza y acabar con toda la gentuza que pueda. Es necesario decir que la peli que hoy analizamos se corresponde con la tercera entrega de dicha saga, y en esta ocasión el bigotudo Hersey se convierte en un matapunkies consumado. No contento con haberse vengado de los cabrones que le fastidiaron la existencia, en esta ocasión se las verá con una panda de tipos surgidos directamente de la saga Mad Max o Los Warriors,quienes andan dando un porculo impresionante en un apestoso barrio de Nueva York.
Gracias a la mítica productora Cannon, estudio del que surgieron joyas del séptimo arte como El guerrero americano, la saga Death Wish fue creciendo con la velocidad del amoto de Dani Leprosa. De hecho, estamos hablando de una franquicia tan mítica que continuó hasta bien entrados los años 90, momento en que el invento estaba ya absolutamente estirado, agotado y más fláccido que las tetas colganderas de la tía Enrietta (si habeís visto Terroríficamente muertos, ya sabéis lo que quiero decir). También hay que añadir el detalle de que Charles Bronson estaba ya muy tocado por cuestiones lógicas de edad, pero aún así el bueno de Charles se las arregló para acudir ineludiblemente a su cita en cada entrega. Otro de los factores que propiciaron el declive del mítico universo de la Cannon (y con ella, de la saga Death Wish) fue el cambio de mentalidad tanto en el público como en la situación política estadounidense, pasando por el contexto mundial en que ya no existía el bloque soviético. En la era Reagan (años 80) el rearme moral de la clase política y el auge del conservadurismo más rancio como respuesta ante la URSS estaba bien vista la difusión de un tipo de cine muy determinado y especialmente pensado para el consumo de las clases sociales de más baja extracción.
Este estilo de cine estaba dominado por la filosofía de tomarse la justicia por tu propia mano, los
héroes tipo Chuck Norris que defienden el modo de vida norteamericano y la continua amenaza hacia la gente normal que suponian los ninjas (auténticos protagonistas de este cine en los 80), los comunistas nazis, los terroristas, las bandas callejeras madmaxistas, las sociedades secretas y los asesinos en serie. Hay que señalar que esta filosofía presente en la extensa filmografía perpetrada por la Cannon surgió como respuesta a la baja autoestima de un país (los EEUU) derrotado militarmente por primera vez en su historia por un ejército en teoría inferior y que apelaba a un patriotismo exacerbado (a veces incluso en contra de la postura oficial del gobierno yanki). Sí, hablamos de la guerra de Vietnam. Lo peor de toda esta filosofía es que se creó como una cortina de humo para atajar muchos problemas sociales y laborales de los EEUU, la pérdida de derechos de los trabajadores y los tijeretazos por doquier, justo como pasa ahora. Las películas de la Cannon, en el fondo, eran pura propaganda para meter miedo a la gente acerca de los monstruosque moraban más allá del mundo libre y convencerles de que vivían en el mejor de los mundos posibles.
héroes tipo Chuck Norris que defienden el modo de vida norteamericano y la continua amenaza hacia la gente normal que suponian los ninjas (auténticos protagonistas de este cine en los 80), los comunistas nazis, los terroristas, las bandas callejeras madmaxistas, las sociedades secretas y los asesinos en serie. Hay que señalar que esta filosofía presente en la extensa filmografía perpetrada por la Cannon surgió como respuesta a la baja autoestima de un país (los EEUU) derrotado militarmente por primera vez en su historia por un ejército en teoría inferior y que apelaba a un patriotismo exacerbado (a veces incluso en contra de la postura oficial del gobierno yanki). Sí, hablamos de la guerra de Vietnam. Lo peor de toda esta filosofía es que se creó como una cortina de humo para atajar muchos problemas sociales y laborales de los EEUU, la pérdida de derechos de los trabajadores y los tijeretazos por doquier, justo como pasa ahora. Las películas de la Cannon, en el fondo, eran pura propaganda para meter miedo a la gente acerca de los monstruosque moraban más allá del mundo libre y convencerles de que vivían en el mejor de los mundos posibles.
Por el contrario, aunque las bases ideológicas de esta pelis sean discutibles, no cabe la menor duda de que dieron lugar a pelis divertidísimas que han dejado un recuerdo imborrable en todos los gañanes que crecimos en los años 80. Con este ligero análisis en mente, ya sabemos lo que el filme que hoy nos ocupa nos va a ofrecer: pura diversión de un viejo pistolero, un viejuno más perro que Niebla (more dog than Fog), el San Bernardo de Heidi. El hombre de la pistolita kilométrica avanza por la película como un jodido T-800, enfrentándose a oleadas de hijos de puta con estilo y savoir faire, sin despeinarse y con los huevos cuadrados a base de patear culos. Encantado con la idea de que por fin haya en el barrio un tipo mofo badass (motherfucker badass,n. del t.) capaz de repartir estopa a mansalva, un inspector mierdecilla de la Policía de NY se une a la fiesta para respaldar a Hersey (al que previamente putea como un campeón) quien también contará con la ayuda de uno de los vecinos latinos del barrio. Este trío imposible de héroes serán la punta de lanza de unas fuerzas de seguridad pública totalmente desbordadas por el nivel de violencia que está proliferando en el barrio. Por supuesto, no podemos obviar que al personaje de Charles Bronson le obligan a retomar las armas varios motivos: sus vecinos están siendo masacrados por la banda de punkarras y la muerte de su churri a manos de éstos. Por cierto, esta última muerte es más falsa y triste que una peli porno protagonizada por Peter Cushing disecado. Ojo, que no digo que Peter Cushing no haya sido un fucker dentro del mundo de la Hammer, pero es que no le veo en plan posturitas dando zapatilla y felicidad a diestro y siniestro en una peli guarra. Eso que casi con toda seguridad, nuestro amigo, el apocado Doctor Frankenstein, escondía un verdadero monstruo en la trastienda de sus elegantes y británicos calzones, no pensemos que por ser flemático y bienhablado no escondía un hooligan dispuesto a hacer balconing sexual desde un 20º piso. Cuando hace de Victor Frankenstein siempre termina como un “follasirvientas”.
Pues bien, continuando con El justiciero de la noche, me gustaría hacer hincapié en el excelente guión a cargo de Don Jakoby. Refleja a la perfección la caída a los infiernos de Hersey y todas las putaditas que sufre para terminar sacando al retorcido abuelete que, en una escena mítica, sale a la calle con una cámara de afotos colgada del cuello para utilizarla como cebo y que un matao le intente robar. Naturalmente, la secuencia termina con Bronson dandole gustazo al pistolón (jajaja ¿no hablabamos antes de Peter Cushing?) recibiendo la ovaciones y los mejores comentarios de la jugada por parte de sus amigables vecinos. Otro auténtico momento cumbre se produce con la inclusión de la ametralladora del ejército: el caracartón de Bronson agarra el trabuco y lo pasa en grande usando a los macarras como patos de feria durante un buen rato. ¡El muy cabrón! Si os fijáis en su cara no mueve un solo pelo de sus jodidos bigotes, pero esa mirada atravesada, ese odio punzante que supura el yayo, nos hace presagiar que está más a gusto repartiendo muerte y dolor y pasaportes al infierno que haciendo crucigramas en la residencia... ¡Bien por él!
De verdad que sería la caña si muchos de los ancianos que languidecen en los centros de día hicieran lo que hacía el cabronazo de Bronson en sus años viejunos: unas pelis buenísimas que dan acción sin tregua y diversión a raudales a pesar de su exagerado extremismo. De todas las pelis de la saga Death Wish, ésta es mi favorita por su macarrismo, el tono chungo del entorno urbano que retrata, la acción desenfrenada y los enormes diálogos que polemizan sobre el deber de los buenos. Bronson, a pesar de haberse encasillado en papeles de cabronazo despiadado, gélido y pateaculos, supo reciclarse muy bien tras su etapa western. Siguió haciendo lo que le molaba (pegar tiros) en entornos más modernos para disfrute de la muchachada. Para rematar la faena, os diré que la última escena de la película que hoy nos ocupa es épica, termina con Hersey metiéndole al jefe de los punkarras malosos un cohete explosivo por donde amargan los pepinos, así, sin palabras de amor y sin vaselina...¡Toma, toma, toma! BOOOOM!!! Con esta secuencia, una obra maestra llega a su climax final y por qué no, se cierra una página gloriosa en la saga Death Wish. Imprescindible.
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